P. Profesor, ¿Qué tan protegidas están nuestras áreas protegidas?
R. Donde se pierde el imperio de la “ley”, no hay nada que buscar. Es hermoso decir que el Parque Nacional Sierra de Bahoruco es un faro de luz para la biodiversidad planetaria, que allí reside el 52% de las orquídeas endémicas de la República Dominicana, que es el área protegida terrestre más grande del país, sin embargo, su bosque nublado está secuestrado, por encima de la Ley sobre Áreas Protegidas y toda autoridad del presente, porque el irrespeto comenzó en el pasado.
Pero lo más bello de la Ley 202-04 está en el Parque Nacional Aniana Vargas, con el lago de agua dulce más grande de toda la Región del Caribe e incluso, más grande que algunas islas de las Antillas Menores; la Presa de Hatillo, donde su administrador no tiene garantía de que mañana podrá volver a ver el sol.
A nadie hay que convencer que Saona es un área protegida consolidada, que sus raíces históricas o culturales provienen de los albores de prehistoria taína, donde Cotubanamá sembró el imperio del respeto por la dignidad de nuestros aborígenes y, aun así, su espacio físico se pierde en la penumbra de la propiedad inembargable, intransferible e imprescriptible.
Sin embargo, lo más hermoso está en el Parque Nacional La Jalda, con el salto de agua más espectacular que atesora la isla y todas las Antillas, su cuidador cometió el delito de hacer valer la ley 64-00, siendo apresado por faltar el respeto al depredador, encarcelado “ipso facto” por actuar ante la flagrancia del delito y ahora, no hay autoridad que lo defienda o celebre su heroísmo, pues tiene un pie en la cárcel y si habla, no tiene garantía de que salga del tribunal por sus propios pies.