Escrito Por: Milciades Mejía
El Profesor Marcano fue uno de los naturalistas dominicanos más destacados, padre de generaciones de botánicos, ingenieros agrónomos, farmacéuticos, biólogos, maestros en ciencias naturales y entomólogos. Su forma sencilla de enseñar, el trato afable y su dedicación fueron cualidades que hicieron que sus alumnos lo reconocieran y lo respetaran como a un padre.
Nació en Licey al Medio, Tamboril, provincia de Santiago, el 27 de septiembre de 1923. Realizó los estudios de secundaria en el Liceo Ulises Francisco Espaillat, graduándose de maestro normal de Primera Enseñanza. Contrajo matrimonio con Plácida Consuelo Martínez, con quien procreó cinco hijos, tres varones y dos hembras.
Su inclinación por las ciencias naturales le vino de haber crecido en un ambiente rural, rodeado de bosques, campos agrícolas y ganaderos. Desde temprana edad comenzó a coleccionar plantas, observar los insectos que polinizaban las flores y los impactos de las actividades humanas sobre el medio ambiente. Fue de los pocos autodidactos que, sin haber cursado una carrera universitaria, impartió cátedras en las mejores universidades del país, dos de las cuales le otorgaron el título de doctor Honoris Causa.
Se destacó principalmente en botánica, entomología, geología y ecología, cuatro ramas de las ciencias naturales en las cuales hizo importantes aportes. El profesor contaba que la afición por la geología se originó un día de los años treinta, mientras trituraba piedras para la construcción del aljibe de su casa y encontró un caracol incrustado en una de las rocas. Desde ese momento se despertó su curiosidad por los fósiles, y llegó a estudiar de manera detallada las principales formaciones geológicas de la República Dominicana, dentro de las cuales descubrió una nueva formación para la isla La Española.
Su preocupación por la conservación de bosques, ríos y el medio ambiente de la República Dominicana era permanente. En 1971, en una de sus clases de botánica nos dijo: “Si los dominicanos no cuidamos nuestros bosques, muy pronto pagaremos más caro el agua que los españoles su vino”. Más tarde, para dejar testimonio de sus viejas inquietudes por la situación de los recursos naturales, publicó en 1977 su libro Influencia del hombre en la evolución de las “Zonas de Vida”, y en 1978 Introducción a los problemas de la conservación en la República Dominicana.
En 1953 fue nombrado profesor de Botánica en la escuela normal Emilio Prud’Homme y en el liceo secundario Ulises Francisco Espaillat, ambos en la ciudad de Santiago de los Caballeros. Cuatro años después de la muerte del doctor Rafael María Moscoso, el 5 de marzo de 1955, lo designan curador del Herbario, y casi simultáneamente lo nombran profesor de la cátedra de Botánica de la Universidad de Santo Domingo. Poco tiempo después abre sus puertas el Instituto Politécnico Loyola, en San Cristóbal, donde es designado como profesor de entomología.
A finales de los años cuarenta conoció a Luis Ariza Julia, pionero en el cultivo de bromelias y orquídeas nativas en el país, al doctor Rafael María Moscoso y al doctor José de Jesús Jiménez Almonte, estos dos últimos eminentes botánicos dominicanos que le ayudaron en su desarrollo intelectual y a quienes llamaba maestros; aunque fue con el doctor Jiménez con quien llegó a trabajar intensamente. Cada fin de semana realizaban viajes de exploraciones botánicas a diferentes lugares del país; sus colecciones contribuyeron significativamente con el crecimiento de los herbarios del doctor Jiménez en Santiago y con el del Instituto de Investigaciones Botánicas y Zoológicas de la Universidad de Santo Domingo; y numerosos duplicados fueron enviados a varios jardines botánicos de otros países.
En 1968 conoció al padre Julio Cicero, profesor de zoología del Instituto Politécnico Loyola, con quien estableció una estrecha amistad y relaciones de trabajo, realizando una encomiable labor de divulgación científica. Ellos dos, junto con el afamado periodista Félix Servio Ducoudray, desarrollaron un amplio programa de viajes de investigación a numerosos lugares de interés científico. Durante más de cinco años publicaron un artículo semanal en el suplemento del periódico El Caribe, en los cuales describieron importantes hallazgos botánicos, ecológicos, entomológicos y geológicos, entre otros.
Con su extraordinario trabajo, logró hacer la colección de insectos más grande de La Española, compuesta por más de 35,000 ejemplares, bien cuidados y catalogados, que son una referencia obligada para los científicos del área de la Entomología.
El profesor Marcano, aunque no conoció físicamente al doctor Erik L. Ekman, se convirtió en su mejor discípulo. Este eminente botánico sueco, en sus exploraciones botánicas realizadas en Cuba y La Española entre los años 1914 y 1931, descubrió más de 2,000 especies de plantas nuevas para la ciencia. Fue un trabajo tan intenso, emprendido en medio de tantas precariedades y padecimientos que perdió la vida en sólo 17 años; por estas razones se le considera un mártir de la botánica caribeña.
Este acontecimiento, al parecer, impactó de manera profunda al profesor Marcano. En enero de cada año, al cumplirse el aniversario de la muerte del insigne botánico, el profesor Marcano dedicaba las clases de ese día para hablar a los estudiantes sobre la vida y obra de este malogrado hombre de ciencias. Leía la biografía preparada por él, resaltando las cualidades humanas, la sencillez, la firmeza, la honradez, la dedicación al trabajo y la manera austera en que vivió; siempre terminaba su disertación exhortando a los alumnos a imitar el legado dejado por este científico incansable. A nuestro entender, estas fueron las cualidades que también adornaron la vida del profesor Marcano, quien fue indiferente al dinero, el lujo y las comodidades.
Por su conducta, dedicación al trabajo y a las investigaciones, varias instituciones públicas y privadas le tributaron numerosos reconocimientos. Los dos títulos doctor Honoris Causa en biología otorgados el 8 de febrero de 1975 por la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) y el que dio en 1991 la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra (PUCMM); también, este mismo año la Universidad Tecnológica de Santiago (UTESA) le concedió el título de Magíster Populi; en 1996 fue declarado Hijo Meritísimo de la Ciudad de Santo Domingo por el Ayuntamiento del Distrito Nacional, mediante la resolución 30/96. En el año 2000, el Poder Ejecutivo le otorgó la Orden de Duarte, Sánchez y Mella con motivo de celebrarse el Día del Agrónomo. El Ayuntamiento de Tamboril, su tierra natal, le hizo dos reconocimientos, en 1978 lo declaró Hijo Distinguido del Municipio y en 2000 fue declarado Hijo Meritísimo de Tamboril con motivo de celebrarse el primer centenario de la fundación del municipio.
Varias instituciones, calles y parques llevan su nombre. En 1982 designaron con su nombre el Herbario del Instituto Politécnico Loyola. La Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD) le dedicó una calle en 1996, y en 2003 un importante salón de clases. La Fundación Loma Quita Espuela designó con su nombre su laboratorio ecológico localizado en San Francisco de Macorís. En 1996, el ayuntamiento de Jarabacoa bautizó con su nombre el parque botánico de la ciudad. En 1998, una plazoleta del barrio Buenos Aires, en el Mirador Sur, también fue bautizada con su nombre. En septiembre de 2004, el Ayuntamiento del Distrito Nacional -con los auspicios del Grupo León Jimenes- construyó un parque costero en el malecón frente a la Feria Ganadera y le dio con su nombre. En ese mismo año, al cumplirse el primer aniversario de su fallecímiento, el ayuntamiento de Licey al Medio designó la calle que pasa frente a su casa paterna “Eugenio de Jesús Marcano”.
En el ámbito de las publicaciones*, el profesor Marcano hizo significativos aportes a la bibliografía científica de la República Dominicana. Entre ellas se destacan: Notas de Botánica General y Sistemática, en 1964; Flora Apícola Dominicana, en 1973; Informe preliminar sobre la Flora Apícola de Venezuela, en 1976; Plantas Venenosas de la República Dominicana, en 1977; Influencia del hombre sobre /as Zonas de Vida en la República Dominicana, en 1977; Decálogo para la Conservación de la Naturaleza en la República Dominicana, en 1980; Ruta Ecológica de la Provincia Monseñor Nouel, en 1998; así como las flórulas de varios lugares del país. Además, fundó el “naturalista postal”, una publicación ocasional de una página en la que daban a conocer descubrimientos importantes realizados en las ramas de las ciencias naturales.
Especies descubiertas por Marcano**
Numerosas especies nuevas de plantas y animales llevan su nombre: los fósiles Solenodon marcanoi (Antillogale), mamífero insectívoro, y el caracol Cymia marcanoi, ambos extintos; un caracol terrestre Proserpina marcanoi; varios insectos: Tabanus marcanoi (DipteraTabanidae); Orthobelus marcanoi (Membracidae); Polycentropus marcanoi (Trichoptera) y Diabrotica marcanoi (Coleoptera Chrysomellidae); dos lagartos, Anolis marcanoi y Celestus marcanoi; dos arácnidos, el alacrán Centruroides marcanoi y la araña Selenops marcanoi; dos especies de nuestra flora llevan su nombre, la rosa de bánica, Pereskia marcanoi (Cactaceae) y una pequeña orquídea bautizada por Donald Dod, Lepanthes marcanoi (Orchidaceae);
Perteneció a numerosas instituciones científicas y de conservación, entre las cuales están la Sociedad Dominicana de Botánica, la Sociedad Mexicana de Entomología, la Paleontological Research lnstitution of United States, y fue miembro de número de la Academia de Ciencias de la República Dominicana.
Se desempeñó como director del Museo de Historia Natural y del Instituto Botánico y Zoológico de la Universidad de Santo Domingo; profesor de la cátedra de Botánica de la Facultad de Farmacia y Agronomía de la Universidad de Santo Domingo, profesor de botánica y entomología del Instituto Politécnico Loyola, y asesor científico del Jardín Botánico Nacional Doctor Rafael María Moscoso.
Las actividades científicas del profesor Eugenio de Jesús Marcano disminuyeron drásticamente en los últimos años como consecuencia de unas molestias que le afectaron la visión. Luego de una corta enfermedad, falleció en la ciudad de Santo Domingo, el 18 de septiembre de 2003, siete días antes de cumplir sus ochenta años de edad. Su partida dejó un profundo vacío en la comunidad científica nacional y un gran pesar en la sociedad dominicana.